lunes, 7 de noviembre de 2011

Cuando la muerte se me presenta viene a recordarme lo frágil y poderosa que es la vida. Me mira con su rostro de tinieblas más oscuras que la noche y me habla con palabras sin voz que el viento trae a mis poros entrando su frío hasta el fondo de mis huesos. Su silueta de sombras me advierte sobre lo efímero y me recuerda el inevitable desenlace de todo este viaje que somos. Ella va a cazarnos, seremos sus presas, saberlo no debe darnos miedo si no que debe llevarnos a exacerbar  cada momento de la vida lo mayor posible, condimentándolo con creación, amor y arte. Solo se debe desaprovechar todas las oportunidades que la vida nos ofrece para llegar hasta el fin con el culo lleno de preguntas, el corazón atormentado, el alma llena de laberintos donde nos perdemos insomnes en noches interminables, escapando del minotauro que somos nosotros mismos como no nos gusta vernos presos en un laberinto de espejos.

El otro día vi a la muerte.
Llevaba anteojos y un simpático sombrero de tela que cubría sus largos pelos blancos.
Sonreía observando a los niños que jugaban en la dorada arena de la plaza
y arrojaba migas de pan a todas las palomas que quisieran una miga de pan.

(pequeño fragmento de una quizas futura novela)

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