Los artistas sufren el peso de
sus culos
queriendo sentarse en bondis
repletos de rutina,
porque los artistas quieren
elevarse,
ser seres leves,
etéreos.
Entonces sufren la densidad
acumulada,
la gravedad exacerbada,
la imposibilidad de poder volar,
de poder elevarse;
para ver desde arriba el
hormiguero
del cual forman parte.
Entonces buscan compulsivos, desesperados,
obsesivos
su trascendencia sagrada
en medio de tanta insignificancia
materialista
a tan alto precio.
Los artistas son Quijotes
peleando contra molinos de viento,
visionaros de la ceguera,
mártires de la decadencia,
prostitutas del espíritu,
transformistas de la esencia,
médiums del infinito.
Logran ponerle palabras a lo innombrable,
colores a lo imposible,
sonidos al silencio del vacío
eterno.
Logran crear vibraciones,
explosiones,
big bangs gestando universos en versos
de canciones borrachas,
drogadas,
desesperadas,
por intentar ser algo más que
esqueletos parlantes,
reproductores de la especie,
señores contribuyentes,
prolijos ciudadanos
sin deudas y bien perfumados.
Los artistas ranchean en el éter
y hacen fiestas orgiásticas en
sus sueños.
Pero al despertar son conscientes
que hasta el color del cielo
no es más que una ilusión
que los tiene hipnotizados
de belleza
y de verdad.
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