jueves, 2 de mayo de 2013

visión fugaz


Siempre que pasaba con el bondi por ese edificio alzaba mi vista buscando aquella silueta en la ventana. Solía estar ahí, apoyada en sus hombros, fumando; o levantando un brazo para realizar alguna acción imposible de deducir debido a la fugacidad de los momentos que me dejaban espiarla: el 33 bajando rápido el puente de La Boca, que muestra desde lo alto las sucias intimidades de los techos oxidados, donde crecen plantas de  mugre acumulada, flores de hollín regadas por escapes de colectivos y camiones que llevan containers del puerto a la ciudad; sucio río que ya no es de agua, que es de mugre muerta de vergüenza porque esos barcos aún se atrevan a posarse sobre ella. Si de pronto ese agua aclarase y dejase ver en su transparencia el cementerio que abajo descansa sería el colmo del espanto para los ojos que vean. Mejor que siga así, siendo negro ese manto líquido que exhala los olores de lo que permanece invisible; como ese rostro, el color de esos ojos, el tamaño de esa silueta asomada o escondida, trasladándose fugaz de un cuarto al otro, como un fantasma.

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