miércoles, 31 de octubre de 2012

Sus días


Almacenados en hoteles baratos donde, a veces, pasaban ratas que titilaban de frío y pudor.
Revueltos en hojas amarilladas por el otoño, marronizadas por el otoño, cojidas por el otoño, amadas, poetizadas, seducidas, embriagadas, endrogadas, marcadas por el otoño.
Embarrados en bilis, cantando canciones paridas por el alcohol, mezclando el jazz con el arrabal y el glam rock.
Atravesados por la espada de la alegría, que se expandía en noches peculiares donde las chicas perdían sus encantos, y el rímel estaba hasta en el orto, y los cigarrillos se esfumaban como humo mismo.
Resguardados del absurdo, vendiendo postales de sus sexos fotografiados en blanco y negro, por la calle Talcahuano un miércoles a las seis de la tarde.
Calentados bajo las frazadas de ideas ajenas que se acoplaban a las propias; o sea, cojían con ellas, las lamían y tatuaban con sus perversiones mas lindas.
Amputados en zanjas de ciudades plásticas enchufadas a 220, apoyados por atrás, empapados en un olor de fritura milenaria, atrasados en subtes atestados de zombis durmiendo la siesta del futbol.
Enganchados en cualquier fango cualquiera cualquiera
Levantando las banderas de la no militancia.
Olvidados en olvidos pasados de moda, en cabezas de plastilina rosa, en días de jardín de infantes, en la melancolía por las épocas en la que todo era peor pero eran mucho más jóvenes.
Arrinconados contra las cuerdas de las más leves miradas, abrigando con pajas las mañanas pastel-pasta-cerveza.
Excitados por las lecturas prohibidas, las fotos pornocore y el sonido de la electricidad furiosa, podrida, desinhibida, desalmada, fría: futura.
Acomplejados por la forma de sus dedos, pintándose las uñas con su sangre mezclada con un poco de pintura para pintar agujeros negros (tres pesos en once, Octubre de 1995)
Enjuiciando a los que hablan con más de dos sentidos, a los que se sientan con las piernas cruzadas, a los que no miran por la ventanilla y leen un libro
o duermen
o se besan
Apurados para llegar antes de que el Dios Negro se vaya a buscar a sus esclavos, enfermos de piedad y ansias de apoyarse.
Crucificados en una esquina cualquiera de Capital Federal, sin nadie que los llore o los santifique o los comulgue.
Acabados en seco, tensos por la realidad que pide a gritos otro  cuerpo, otra boca, otros pezones, otros olores, otras palabras.
Oscurecidos por rumores de café, por tipos que usaban sobretodos y tenían extrañas credenciales.
Adormecidos en el asiento de algún tren que cruza la noche, la tajea; le deja unos instantes de miradas, pensamientos, puteadas, comentarios, ignorancias.
Curtidos por el sol de un febrero promiscuo, plagado de alegrías bien armadas y luces de ojos sin sexo, sin nombres ni números de teléfono.
Besados en varias partes del cuerpo por varias bocas distintas que se mezclaban.
Torcidos
Pasados
Dejados
Recordados a través de estas palabras. 
 
(a Rubén y Pelu)

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