Almacenados en hoteles baratos donde, a
veces, pasaban ratas que titilaban de frío y pudor.
Revueltos en hojas amarilladas por el otoño,
marronizadas por el otoño, cojidas por el otoño, amadas, poetizadas, seducidas,
embriagadas, endrogadas, marcadas por el otoño.
Embarrados en bilis, cantando canciones
paridas por el alcohol, mezclando el jazz con el arrabal y el glam rock.
Atravesados por la espada de la alegría, que
se expandía en noches peculiares donde las chicas perdían sus encantos, y el rímel
estaba hasta en el orto, y los cigarrillos se esfumaban como humo mismo.
Resguardados del absurdo, vendiendo postales
de sus sexos fotografiados en blanco y negro, por la calle Talcahuano un
miércoles a las seis de la tarde.
Calentados bajo las frazadas de ideas ajenas
que se acoplaban a las propias; o sea, cojían con ellas, las lamían y tatuaban
con sus perversiones mas lindas.
Amputados en zanjas de ciudades plásticas
enchufadas a 220, apoyados por atrás, empapados en un olor de fritura
milenaria, atrasados en subtes atestados de zombis durmiendo la siesta del
futbol.
Enganchados en cualquier fango cualquiera
cualquiera
Levantando las banderas de la no militancia.
Olvidados en olvidos pasados de moda, en
cabezas de plastilina rosa, en días de jardín de infantes, en la melancolía por
las épocas en la que todo era peor pero eran mucho más jóvenes.
Arrinconados contra las cuerdas de las más
leves miradas, abrigando con pajas las mañanas pastel-pasta-cerveza.
Excitados por las lecturas prohibidas, las
fotos pornocore y el sonido de la electricidad furiosa, podrida, desinhibida,
desalmada, fría: futura.
Acomplejados por la forma de sus dedos,
pintándose las uñas con su sangre mezclada con un poco de pintura para pintar
agujeros negros (tres pesos en once, Octubre de 1995)
Enjuiciando a los que hablan con más de dos sentidos,
a los que se sientan con las piernas cruzadas, a los que no miran por la
ventanilla y leen un libro
o duermen
o se besan
Apurados para llegar antes de que el Dios
Negro se vaya a buscar a sus esclavos, enfermos de piedad y ansias de apoyarse.
Crucificados en una esquina cualquiera de
Capital Federal, sin nadie que los llore o los santifique o los comulgue.
Acabados en seco, tensos por la realidad que
pide a gritos otro cuerpo, otra boca,
otros pezones, otros olores, otras palabras.
Oscurecidos por rumores de café, por tipos
que usaban sobretodos y tenían extrañas credenciales.
Adormecidos en el asiento de algún tren que
cruza la noche, la tajea; le deja unos instantes de miradas, pensamientos,
puteadas, comentarios, ignorancias.
Curtidos por el sol de un febrero promiscuo,
plagado de alegrías bien armadas y luces de ojos sin sexo, sin nombres ni números
de teléfono.
Besados en varias partes del cuerpo por varias
bocas distintas que se mezclaban.
Torcidos
Pasados
Dejados
Recordados a través de estas palabras.
(a Rubén y Pelu)
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